Qué es la poesía hoy y otras cuestiones
El enunciado de “la poesía hoy” que suele deslizarse en numerosas entrevistas y charlas referidas al género lleva subrepticiamente signos de interrogación, como quien pregunta en voz baja por la salud de un familiar. Se pide así una especie de diagnóstico, un estado de situación. No ser doctor ni juez me libera de cualquier respuesta concluyente. Ignoro además si el estado de salud de “la poesía hoy” se mide por la cantidad de poetas que circulan por el mundo digital, los premios, la proliferación de editoriales, la suma de títulos publicados, su tiraje y distribución, etcétera.
Lo que debería importar, fuera de lo cuantitativo, son aquellas marcas que según el poeta cubano Eliseo Diego distinguen a la poesía: el peso de la intensidad y una calidad de atención, de concentración. Pero en los tiempos que corren la carga emocional lidia con un individualismo exacerbado, mientras que a la observación minuciosa la empuja el ventarrón del acelere tecnológico.
“La poesía hoy” incluye tanto a la tradición de ruptura de la que hablaba Octavio Paz como a lo que vendrá. Basta constatar la vigencia de Rimbaud junto al fermento de las poéticas en construcción que están surgiendo en distintas partes del mundo para decir junto al guatemalteco Luis Cardoza y Aragón que “la poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre”.
Una variante de la frase “la poesía hoy” ganó en centímetros, aunque no en profundidad, hace unos años convertida en “poesía en pandemia”, ribeteada con tono interrogante. Y si la bien la peste lo trastocó todo, me dio la sensación de que en tiempos aciagos, a quien tocase la puerta con la pregunta de qué poesía debería escribirse en tiempos de pandemia, se le podía responder: “La poesía está en lo suyo”.
Precisamente. Porque el coronavirus, junto a una estela de muerte, arrastraba una extensa capa de incertidumbre, y una de las marcas de la poesía es precisamente trabajar en terrenos de lo impreciso. Vale decir, sin desestimar los textos suscitados por esa triste coyuntura, que la poesía siguió hablando desde un calendario desencajado que elude la circunstancia inmediata para, extrañamente, abarcarla con sus reportajes a fondo a la realidad; una realidad tramada con hilos de un discernimiento piloteado por la intuición, el absurdo, lo irracional, la escena onírica, la finitud, el plano metafísico, etcétera.
La poesía es una manera de vivir. Y por ello, más allá de los libros y el mundillo literario, tiene que ver con una búsqueda de sentido y una visión del mundo, una manera de indagar, de observar, de interpelar, de aventurarse. Los cursos de poesía latinoamericana que me he impartido en diferentes países me llevaron, por un lado, a una constante investigación ya que, contra lo que se piensa, hay zonas aún desconocidas, nombres escasamente frecuentados. Y por el otro, a un diálogo vibrante con poetas jóvenes tanto argentinos como de otras latitudes, en el que todos seguimos aprendiendo.
En poesía, más que la actualidad, me interesa su vigencia por fuera de modas y tendencias; esa musculatura que le permite trasmutar constantemente. Vigencia que en 2022 quedó evidenciada en los muchos encuentros y debates alrededor del centenario de Trilce, de César Vallejo, y de 20 poemas para ser leídos en un tranvía, de Oliverio Girondo –hay que reconocer que las búsquedas experimentales de Vallejo y Girondo han expandido un aliento innovador que incitan a un estado de ruptura constante–. También en 1922 se publicaron El soldado desconocido, del nicaragüense Salomón de la Selva; Desolación, de Gabriela Mistral, y Los gemidos, de Pablo de Rokha, ambos chilenos.
Releyendo una vez más sus obras y las de los poetas citados, pude ver nuevas escenas. Quizá por un modo arbitrario de acercar las categorías de vigencia y videncia, encontré al Vallejo encarcelado en Trujillo mientras iniciaba Trilce, caminando ahora junto al campesinado indígena que reclama libertad en Perú. A Girondo haciendo referencia a la pandemia actual, desde el “miasma” mencionado una y otra vez; ese efluvio pestilente que se pensaba despedían los cadáveres, los enfermos y las aguas estancadas sembrando pestes, y ese “clima de asfixia que impregna los pulmones”. A Mistral, la que aún adolescente sostenía que la mujer “ya no era la esclava de ayer”, marchando en estas épocas con un pañuelo verde. A su compatriota De Rokha, lanzando en 1922 un vaticinio sobre la vida automatizada: “Nacimientos por teléfono, defunciones por teléfono, matrimonios por teléfono… existir a máquina, conocer a máquina, recordar a máquina”. Y a De la Selva cuestionando el absurdo de las guerras; desde aquella primera conflagración mundial de 1914 en la que combatió, a esta de Ucrania: “El héroe de la guerra es el Soldado Desconocido. Es barato y a todos satisface. No hay que darle pensión. No tiene nombre”.
Toda convocatoria a un encuentro, la escucha, el intercambio de ideas, ensancha el campo del diálogo; y en este caso un diálogo de la imaginación. Lo que debería ser estimulante para todos, especialmente para los que se inician en la poesía (lo bueno de este festival es la convocatoria abierta a autores de distintas generaciones), y dentro de ese impulso que tengan un lugar destacado el aprendizaje, la lectura y el trabajo de escritura y corrección. Además, por lo que veo programado, el festival ¡Poesía Ya! (me gusta aquí el adverbio que remite a urgencia) es un registro multiplicador de formas expresivas, búsquedas estéticas y planteos temáticos que constatan una diversidad de voces que sigue siendo la mejor carta de presentación de la poesía latinoamericana.
*Jorge Boccanera (Bahía Blanca, 1952) es poeta.
Su último libro publicado es Tráfico/ Estiba. Suma Poética (H.D. Ediciones).
También te puede interesar
Fuente: Perfil