Rápidos y Furiosos: cómo se construyó una de las franquicias más exitosas del cine global
Muy atrás, lejos en el camino, parece haber quedado el concepto original de Rápido y Furioso. Desde que se estrenó la primera, en 2001, cambió mucho fuera y dentro de la pantalla. De carreras ilegales a coches que tiran cohetes y son capaces de derribar aviones o combatir contra submarinos mientras los personajes recorren el mundo como si fueran James Bond, casi nada queda de la visión original de la primera película, más allá de la musculosa blanca que usa siempre Vin Diesel y el crucifijo plateado. Pero si la franquicia quiere seguir juntando millones, quizás deba volver a reinventarse.
La primera sorpresa en las salas fue Rápido y Furioso, una película que recaudó más de 200 millones de dólares con un presupuesto de 38 millones. La historia era sencilla: un policía encubierto (Paul Walker) que forjaba una extraña amistad con Dominic Toretto (Vin Diesel), un sospechoso de traficar electrodomésticos caros, como televisores y reproductores de DVD. Otra época. Había carreras ilegales, autos tuneados y la estética que empezaba a asomar en los albores del nuevo siglo. De hecho, era una copia de Punto Límite (Point Break, 1991) el clásico con Patrick Swayze y Keanu Reeves donde, en vez de ladrones en autos, eran surfistas.
Con un presupuesto mayor (76 millones de dólares) no tardó en llegar la secuela, Más Rápido Más Furioso (2003), de nuevo con Paul Walker, pero sin Vin Diesel (reemplazado por Tyrese Gibson) y Eva Mendes. El resultado fue aceptable (236 millones), pero la franquicia ya empezaba a señalar que el poder residía en las nuevas estrellas. Vin Diesel, que no había tenido el éxito esperado como estrella de acción en xXx (2002), no participó en la secuela ni en Rápido y Furioso: Reto Tokio (2006), la más cara hasta entonces (86 millones de dólares) y al borde de ser un fracaso taquillero (158 millones en todo el mundo).
Con menos presupuesto que Reto Tokio, Rápidos y Furiosos (2009) recaudaba más de 360 millones de dólares para convertirse, hasta entonces, en la más exitosa de todas. Estaba comprobado: las estrellas de Rápido y Furioso, más que los autos, eran Vin Diesel, Paul Walker, Michelle Rodriguez y Jordana Brewster. Con Rápidos y Furiosos: 5in Control (2011) aumentaron el presupuesto (125 millones de dólares) y la apuesta salió bien: más de 620 millones a nivel global.
El equilibrio entre lo camp y lo kitsch
Ambientada en Brasil, Fast Five (el título original), sumaba a Dwayne “The Rock” Johnson al grupo en una película que también reunía, por primera vez, a casi todos los actores: Tyrese Gibson, Ludacris, Gal Gadot, Eva Mendes y hasta Sung Kang, de Reto Tokio. Con actores y extras de toda América Latina, la saga por primera vez se lanzaba de lleno con la cultura iberoamericana, sumando además a la actriz española Elsa Pataky. Fast Five era pasión de multitudes en los cines argentinos; incluso con caravanas y desfiles de autos tuneados yendo a los cines para el estreno de la película que terminaba como una fiesta al ritmo de “Danza Kuduro”, la canción de Don Omar.
Aunque Rápidos y Furiosos nunca gozó del visto bueno de la crítica de cine, Fast Five pareció dejar contentos a todos. Es, hasta la fecha, la que mejor promedio goza para los críticos (65/100 en Metacritic) y los usuarios (tanto en IMDb como Letterboxd, es la mejor puntada de todas). Una “película de atracos” que combinaba, en dosis justas, el disparate camp de ver a unos autos revolear una bóveda gigante por las calles de Brasil con los personajes que hablaban sobre los valores de la amistad y la familia.
Rápidos y Furiosos 6 (2013) era la primera que apostaba por cambiar la esencia de la franquicia. Como si fuera un filme del agente 007 o Misión: Imposible, ahora “la familia” se veía involucrada en planes para salvar al mundo del villano de turno, Jason Statham con un auto con forma de rampa. Costó 260 millones de dólares y recaudó 788 millones.
Éxito y señales de agotamiento
La tragedia se ciñó sobre una franquicia que no paraba de crecer cuando, en mitad del rodaje de Rápidos y Furiosos 7, Walker falleció en un accidente de autos. La película se completó (costó 250 millones de dólares) y finalmente se estrenó en 2015. El éxito fue masivo en todo el mundo. Es, hasta hoy, la más taquillera de todas: más de 1.500 millones ese año, solo superada por El Despertar de la Fuerza y Jurassic World.
Las películas que siguieron fueron exitosas, pero mientras los costos crecían, las ganancias disminuían. La novena, estrenada cuando los cines se recuperaban de la pandemia, recaudó apenas arriba de los 700 millones de dólares y las críticas fueron demoledoras. Los autos ya iban al espacio, en una saga ya autoconsciente de que se había convertido en una parodia de sí misma. Las rispideces de egos entre Dwayne Johnson y Vin Diesel hicieron que el primero optara por hacer un spin-off, Hobbs y Shaw (con Statham), al que tampoco le fue muy bien.
Rápidos y Furiosos X es una de las películas más caras de la historia del cine (se estima un presupuesto de 340 millones de dólares, sin contar publicidad). Si las preventas son un indicador confiable, el interés de Estados Unidos y China por la saga se habría agotado. En China, las preventas son apenas del 10% comparado con la anterior.
Quizás el as bajo la manga, ahora que los cines operan a plena capacidad, pueda ser el mercado iberoamericano. Habrá que ver qué sucede en el taquilla con Fast X: si la audiencia decide seguir acompañando a estos personajes unos kilómetros más (Vin Diesel dijo que esta película es la primera de una trilogía donde concluye la serie, aunque Hollywood no conozca finales para nada que sea exitoso) o, en cambio, prefieren bajarse ya de la montaña rusa.
Publicado originalmente en El Economista
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Fuente: Perfil