A menos
Es extraño, pero ocurre: hay aún quienes confunden las ficciones con las mentiras. Y descuidan, de esa forma, el poder de la ficción (que es distinto del de la mentira). Hay ficciones en las novelas, en series, en películas, cada una con su articulación específica con ese afuera: el de la verdad. Pero también hay ficción en el fútbol, hay un pacto del como-si.
El pacto de ficción en el fútbol, para aquellos que lo seguimos fervorosamente, es que vamos a vivir cada partido, que vamos a vivir cada campeonato, como si fuese un asunto de la mayor trascendencia, como si no hubiese en el mundo nada más importante que eso. Sabemos bien que no es así, por supuesto; sabemos que existen la vida y la muerte, que hay miserias sociales muy graves, que hay miles de cosas más relevantes que un penal o un gol anulado. Pero entramos en esa ficción, pactamos ese como-si: vamos a vivirlo como si no hubiese nada más, vamos a vivirlo como si nada más importara. De ahí la extraordinaria intensidad que suscita.
No es tan distinto, en última instancia, de las razones por las que, en una novela de guerra donde se cuenta cómo mueren despanzurrados miles y miles de personas, lloramos porque una carta de amor se pierde y no llega a destino; o en alguna de esas películas catástrofe que tratan sobre el fin del mundo, sólo queremos que, en el derrumbe total del apocalipsis, el chico y la chica se encuentren, que se abracen o se den la mano. Las ficciones son así: alteran las proporciones, interfieren una dimensión con otra.
Por eso explotamos de euforia en un gol, por eso nos retorcemos de ansiedad ante un tiro libre al borde del área, por eso salieron cinco millones de personas a las calles a celebrar a fines del año pasado y no habrían salido (o no habrían salido en tal número) si la pelota en vez de pegarle en la pierna a Martínez hubiese pasado y entrado en el arco. Está claro que hay una ficción de por medio, la ficción de una importancia mayúscula, como puede haberla en cualquier juego, pues todo juego genera un mundo propio que autorregula. Pero esa ficción, como toda ficción, produce también efectos reales: es real la felicidad de una vuelta olímpica, es real la mortificación de un penal errado sobre la hora, es real el estado de ánimo del que gana o el que pierde. Son reales y duraderos esos efectos, pueden extenderse por varios días y a veces por mucho más tiempo aún.
Para que esta ficción, la del fútbol, funcione, necesita una verdad. O dicho en sentido inverso: se estropea si hay mentiras. De ahí la gravedad de lo que pasó hace poco en Brasil, el escándalo que se produjo al sospecharse (se está investigando) que hay jugadores que recibieron coimas para hacerse amonestar o cometer penales adrede (amaños vinculados con las redes de apuestas, un juego montado sobre otro juego, sobrecarga de distorsión). La falsificación, de por sí, pone en crisis a la ficción, la descompone, la hace fallar. ¿Cómo vamos a entrar de lleno en el juego del como-si, cómo vamos a suspender todo un orden de certezas previas para entrar en otro sistema de creencias, si advertimos que están resueltos a cobrar penal aunque sepan que no es penal, que apenas en la tercera fecha se nota que el torneo en disputa ya ha sido asignado a un determinado equipo, si los modestos clubes de los presidentes de la asociación viven sus años dorados en lo que duran esas mismas presidencias? Arreglos, sobornos, referís comprados, rivales que van a menos: según dicen, siempre hubo. Pero encubiertos, disimulados, razonablemente ocultos, nos dejaban, bien o mal, el beneficio de la duda (esas veces en que las dudas pueden ser un beneficio).
Si se vuelven ostensibles, traspasan al desembozo, si prescinden de tapujos, entonces la situación se complica. El daño que la mentira le ocasiona a una ficción es distinto del que, eventualmente, le ocasiona a la verdad. Hay quienes se sienten a salvo del fútbol entendido como mecanismo de enajenación y embrutecimiento porque los domingos, en vez de seguir los partidos, se dedican a consumir las falacias de ciertos canales, los engaños de ciertos portales, los infundios que infestan las redes. El fútbol pone en juego otro orden de lo imaginado y lo vivido, específico y masivo; también es preciso preservarlo de las trampas de la falsificación.
También te puede interesar
Fuente: Perfil