Las reglas del juego en el mundo digital
Escribo este artículo sentada frente a mi computadora, mientras busco información en la web, la chequeo a través de Whatsapp. Interrumpo para pedir una pizza a través de una app de reparto que se encarga de que la entrega sea en pocos minutos. Vuelvo a interrumpir para responder una videollamada desde el celular. Es una amiga que vive a miles de kilómetros de distancia, la llamada será extensa y el costo, irrisorio. En su pueblo la temperatura es gélida, -20° C, en mi ciudad supera los 30°C. Cincuenta grados nos separan, pero parece que estamos en el mismo ambiente. Habitamos territorios impensados.
Las herramientas que nos dan acceso al mundo digital ocupan cada vez más espacios de nuestras vidas, desde el ocio, el estudio, el trabajo, la información, los viajes, la música, hasta el amor y los vínculos humanos, provocan expresiones de asombro, incredulidad, a veces de enojo de los post-50 al referirse a este entorno, ya no tan nuevo y sin duda muy diferente a aquel en el que vivíamos 25 años atrás. Pocas veces, las conversaciones sobre el tema van más allá de las dificultades o las virtudes que ofrecen y, si lo hacen, es para reflexionar acerca de cómo la revolución tecnológica nos cambia la vida.
Alessandro Baricco, autor de Los Bárbaros y The Game, advierte que estamos pensando de manera equivocada, que la revolución es primero mental y luego tecnológica. Afirma que “el nuevo hombre no es producido por el Smartphone sino que es éste el que lo inventó, el que lo necesitaba, el que lo diseño para su uso y consumo. El que lo construyó para escapar de una prisión, responder a una pregunta o para acallar un miedo”.
Somos protagonistas de una revolución que no nos llegó, no irrumpió en nuestras vidas, sino que es construida a partir de la imaginación, experimentación, necesidades e intereses de seres humanos, mayormente informáticos, ingenieros, con la mirada puesta en las tecnologías, apasionados por datos, ceros y unos.
Internet, las redes sociales, la plataformización y la IA tensionan los sistemas sociales, educativos, culturales, periodísticos, políticos y económicos.
La Inteligencia Artificial Generativa, como ChatGPT que en segundos escribe el texto sobre el tema que le consultemos, nos confronta con desafíos éticos difíciles de abordar en tanto nuestra magnetita se confunda ante la incertidumbre, el desconocimiento y el miedo al nuevo territorio. ¿Cómo saber si lo qué escribe es veraz, qué sesgos replica aunque no los identifiquemos a primera vista?
La autora de Atlas de inteligencia artificial (FCE, 2022) Kate Crawford sostiene que la IA no es artificial ni inteligente. Puede parecer una fuerza espectral, un tipo de computación incorpórea, pero estos sistemas no son abstractos en absoluto”. Y afirma “más bien existe de forma corpórea, como algo material, hecho de recursos naturales, combustible, mano de obra, infraestructuras, logística, historias y clasificaciones. Los sistemas de IA no son autónomos, racionales ni capaces de discernir algo sin un entrenamiento extenso e intensivo”. Se trata, afirma, de sistemas diseñados para servir a los intereses dominantes ya existentes: son, finalmente, un certificado de poder”.
La tecnología avanza a pasos agigantados hacia una mayor inclusión financiera global
La investigadora advierte que hay que crear sistemas de inteligencia artificial que tengan en cuenta el contexto social y cultural ya que “Una y otra vez vemos que estos sistemas cometen errores (algoritmos que ofrecen menos crédito a las mujeres, caras negras mal etiquetadas) y la respuesta ha sido: “Necesitamos más datos” Pero los conjuntos de datos de entrenamiento utilizados para el software de aprendizaje automático clasifican a las personas en uno de dos géneros; o según el color de su piel en una de cinco categorías raciales, e intentan, basándose en el aspecto de las personas, asignarles un carácter moral o ético.
La idea de que se pueden hacer estas determinaciones basándose en la apariencia tiene un pasado oscuro y, por desgracia, la política de clasificación se ha incorporado a los sustratos de la IA.” concluye.
Las reglas del juego en el mundo digital
El entorno digital es un espacio cuyas reglas no están escritas pero que necesitamos conocer para navegar. Rosa María Palacios, una querida colega peruana, con más de tres millones y medio de seguidores en su cuenta de TW, me decía: Me aman, me odian, pero conozco las reglas, por eso puedo participar.
Un nuevo umbral en el uso social del conocimiento
La pregunta es entonces ¿dónde encuentro esas reglas para hacer del entorno digital un lugar seguro? ¿Dónde está el manual de instrucciones de este juego apasionante, riesgoso y, a la vez, lleno de oportunidades? Hay una respuesta, tal vez no única, pero sí imprescindible: la educación.
Porque si hoy la información está a un click, qué es educar sino enseñar a leer, a preguntar y a cuestionar la información para tomar las decisiones adecuadas con la información correcta.
Es necesario comprender que, como siempre debió suceder, la educación va mucho más allá de las aulas tradicionales y tiene que alcanzar, como lo hacen las redes sociales o lo medios tradicionales, a nuevas audiencias, nuevos seguidores. Líderes sociales, políticos, religiosos, empresariales, comunicadores, madres, padres, abuelos, necesitan comprender la densidad de esta transformación. Nadie puede quedar por fuera, ni quienes consideran que Internet es un retroceso, ni quienes la utilizan sin tomar conciencia de la huella que dejan con cada click y menos aún la infancia y la adolescencia.
Educación, políticas públicas, familias
Reconocer que necesitamos nuevas formas de pensar la educación para conocer los nuevos entornos es un paso importante. Y en esto lo que la UNESCO denomina Alfabetización Mediática e Informacional tiene mucho que aportar. ¿De qué se trata? De una educación que excede una institución determinada para alcanzar la responsabilidad de las políticas públicas, los medios, las plataformas, las ciudades, las escuelas, las familias, de niñas, niños y jóvenes.
Una educación en la que los estados garanticen el acceso a la red y a los dispositivos, no per se, sino para que sean vías para el ejercicio de derechos de una ciudadanía plena, que pone en el centro de la escena a las personas y no exclusivamente a la tecnología. Una educación que enseña a pensar de manera crítica desde la infancia.
Cruzamos un umbral. Ya no hay normalidad a la cual volver, advierte el agitador cultural italiano Bifo Berardi. Como dije, somos constructores de las nuevas rutas que pueden llevarnos hacia la esperanza, la empatía, la inclusión, pero también exacerbar la desesperanza y el sálvese quien pueda. La cuestión clave es, ¿hacia cuál de esos territorios nos encaminamos como humanidad?
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Fuente: Perfil