¿Cuánto hemos aprendido de la derrota en la guerra?

El cubano José Raúl Capablanca ganó su título de campeón mundial de ajedrez derrotando al alemán Emmanuel Lasker en 1921 –su sucesor, el ruso Alexander Alekhine, lo derrotó en Buenos Aires en 1927 en un match que duró tres meses–, una afirmación suya me quedó grabada: “De las partidas ganadas aprendí poco, pero mucho de las perdidas”. ¿Cuánto hemos aprendido de la derrota en la guerra de Malvinas? No tanto como debiéramos. Fui partícipe y testigo de los principales combates, y accedí a decisiones e importantes documentos, entre ellos el Informe Rattenbach. En tal sentido, creo conveniente recordar dos conceptos que son necesarios para una mayor comprensión: estrategia y táctica.

Estrategia y táctica. La estrategia es el arte de la lucha de voluntades para resolver un conflicto, y más precisamente, el empleo del potencial nacional por el gobierno de la Nación –durante la paz y la guerra– para alcanzar sus objetivos geopolíticos. La táctica es la conducción que se realiza en los niveles de mando inferiores al nivel estratégico, que se sintetiza en reglas y procedimientos a los que deben ajustarse las operaciones de combate. Para el general francés Maxime Weygand: “La estrategia implica disponer libremente de todas las fuerzas, en amplio dominio de espacio-tiempo, con miras a un fin lejano que es precisamente una situación táctica. La táctica presupone que las tropas están en contacto en una situación definida en el espacio-tiempo (Guitton, J, El pensamiento y la guerra, Instituto de Publicaciones Navales, p. 57). Alegóricamente, podemos comparar al estratega con el arquitecto que proyecta una casa, y al táctico con el albañil que la construye. Para el estadounidense Edward Mead: La estrategia difiere de la táctica en forma muy similar a como una orquesta se diferencia de sus instrumentos tomados individualmente”. Para el general suizo-francés Antoine H. Jomini, la táctica es el arte de pelear en el terreno donde se efectúa el choque. Como ejemplo, aceptamos que cuando San Martín concibió su genial Plan Continental era un estratega, pero cuando conducía las batallas de Chacabuco y Maipú, era un táctico.

En el conflicto de Malvinas, las decisiones estratégicas tomadas por la Junta Militar (general Leopoldo F. Galtieri, almirante Jorge I. Anaya y brigadier Basilio Lami Dozo) hubieran sido calificadas por el general Carl von Clausewitz como “un insulto a los principios de la estrategia”. Me limitaré a expresar solo algunas de ellas:

No se realizó una apreciación completa y acertada de la previsible reacción británica, del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU), de la entonces Comunidad Económica Europea, de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) y de la Organización de Estados Americanos (OEA). Máxime, teniendo en cuenta que la dictadura cívico-militar estaba seriamente desprestigiada en el contexto internacional por la violación de los derechos humanos, que sufríamos embargos por algunos países para la compra de armamentos, que no teníamos buena relación con los países No Alineados y que el conflicto con Chile estaba vigente, y no se descartaba –como sucedió– un probable apoyo de la dictadura chilena al Reino Unido.

Se apostó a dos supuestos, probablemente por asesoramiento diplomático: la no reacción del Reino Unido y el apoyo o neutralidad de los Estados Unidos. Eso era desconocer la historia de ambos países.

Se condujo a la Nación a una guerra –ni pensada ni planeada– con una potencia del Primer Mundo, miembro del Consejo de Seguridad de la ONU y de la OTAN. Se priorizó –con premeditada intencionalidad– un objetivo circunstancial, subalterno y bastardo, como la necesidad de revitalizar y prolongar la alicaída y desprestigiada dictadura, con una gesta aglutinadora, y con un sentimiento de algo incuestionablemente argentino.

Después del 2 de abril, se desaprovecharon las concretas y contadas oportunidades que se tuvieron para lograr una solución honorable del conflicto.

El Ejército concurrió con menos del 10% de su capacidad operativa y logística, la Armada quizás con menos y la Fuerza Aérea, aprecio que con uno aceptable.

Cruce de acusaciones. Anaya sustrajo a la Flota de Superficie sin intentar disputar el control del mar al Reino Unido. Décadas después, manifestó: “Que no tenía nada de qué arrepentirse (…) La alternativa militar resultaba apta para el fin político perseguido (…) La situación política no dejaba otra alternativa”. 

Lami Dozo dijo: Para mí, la rendición de la Guarnición Malvinas fue una sorpresa muy grande (…) La calificación de guerra improvisada no obedece a la realidad histórica (…). Veinte años después, en una entrevista, agregó: Si pudiera, pondría a Galtieri y a Anaya en un asador y los quemaría, por no asumir su parte en la derrota” (Clarín, suplemento Zona, 31 de marzo de 2002, p. 3).

Galtieri invadió con decisiones torpes, inconsultas y erróneas jurisdicciones del nivel táctico ante la pasividad y aprobación de los altos mandos de las FFAA, principalmente en el Ejército. El 15 de junio de 1982, en una reunión de generales en Buenos Aires, cargó la mayor parte de la derrota sobre los mandos tácticos (jefes de unidades) que se desempeñaron en Malvinas (Bignone, B, El último de facto, Ed. Sudamericana, p. 23). 

En oportunidad en que se libraban los combates finales, dijo: Apoyados por Hispanoamérica y muchos otros países del mundo, la Argentina está lista para continuar la guerra por muchos meses, o años, si fuere necesario (The Times, de Londres, 10 de junio de 1982). Su insensata declaración contrasta con lo expresado dos días antes por el International Herald Tribune de Nueva York: El apoyo a la Argentina en Latinoamérica es tan ancho como el Río de la Plata, pero con un solo centímetro de profundidad. Finalmente, en un gesto propio de su personalidad, manifestó: “La sociedad me debe un desfile en mi homenaje”. No tuvo un desfile. Pero en su sepelio, el 12 de enero del 2003, el Ejército –con la anuencia del gobierno constitucional– le rindió los máximos honores y lo calificó de soldado ejemplar”. Andrew Graham-Yooll se refirió a ello: Los plenos honores militares que recibió el fallecido dictador Leopoldo F. Galtieri no se condicen con un verdadero ejército del siglo XXI, decidido a superar infelicidades del pasado siglo” (La Nación, 19 de enero de 2003).

Mar. Ningún alto mando de las FFAA pisó las islas a partir del momento que empezó la guerra, el 1° de mayo de 1982. Galtieri, Anaya y Lami Dozo bien podrían ingresar a la Larga galería de necedad militar (Thomas, H, The Suez Affair, p. 183). En 1987, fueron condenados por su desempeño en Malvinas –por el Consejo Supremo de las FFAA y por la Cámara Criminal y Correccional de la Capital Federal–, a 12 años de reclusión, destitución y baja. El presidente Carlos S. Menem los indultó en 1989 (Decreto 1005/89). Murieron manteniendo su grado y estado militar.

Una vez más, la historia militar demostró que para ganar una batalla o una guerra en una zona insular es imprescindible tener superioridad en el mar y, si esta además está dada con portaviones, asegura también la superioridad aérea.

*Exjefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y exembajador en Colombia y Costa Rica.

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Fuente: Perfil

Redacción