El amor después del engaño

¿Se puede amar y al mismo tiempo ser infiel? Sí, porque el deseo no empieza y concluye en la misma y única persona, trasciende la pareja, va más allá del vínculo. La fidelidad no es algo natural, es parte del acuerdo de una pareja monogámica y cerrada. Entonces, ante la tentación lógica que puede despertar el deseo hacia otra persona, hay que hacer el esfuerzo por renunciar al acto del engaño y sostener lo acordado, o avanzar y hacerse cargo de los efectos que pueda causar

En algunos casos la infidelidad suele ser una salida fallida ante cierta insatisfacción vivenciada en la pareja. Es un intento fallido porque desdoblando la vida no se resuelve la problemática personal o de pareja, todo lo contrario, se la tapa, como quien toma alcohol con la intención de olvidar; luego hay que retornar a la realidad, a lo pendiente. 

En el curso de la vida de cada persona, como en las historias vinculares, es natural y esperable que surjan crisis; el tema es cómo se las atraviesa. Ante una crisis sexoemocional, primero hay que registrar el problema, luego hacerse cargo, y después buscar la posible solución. Para intentar destrabar el conflicto, el diálogo será la herramienta fundamental. 

Todo síntoma es un llamado de atención, un indicador que merece cuidado y tratamiento para profundizar en lo que esté sucediendo. Si se intenta tapar la crisis, ese malestar, que no se expresa con palabras, se pondrá de manifiesto en actos como intolerancias, silencios, desvelos, dolores físicos, etc. 

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Y en ese sentido, la infidelidad se presentará también como un acto que no hará más que demorar la resolución de la conflictiva, impidiendo a la pareja revisar aquello que se padece, trabajarlo y trascenderlo. En definitiva, el engaño será un intento de huída que finalmente terminará siendo un laberinto difícil de salir sin sufrir sus consecuencias.

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El sostenimiento de una pareja implica compromiso y responsabilidad emocional, es decir cuidar y estar atentos a las necesidades y deseos de la otra parte. Y ser conscientes de que los actos y las palabras causan efectos. Nadie desconoce que una traición duele, lastima. Y el maltrato no tiene nada que ver con el amor genuino, todo lo contrario. Una persona engañada, sufre, y, aunque luego perdone, no olvidará lo padecido, su autoestima quedará debilitada y le costará muchísimo volver a confiar. 

El amor de pareja posee el encanto y la complejidad del encuentro de dos individualidades que buscan sintonizar, armar un proyecto. Y en ese camino compartido es natural que haya ruidos, roces, desaciertos y diferencias propias del convivir y de las experiencias de cada integrante por fuera de la pareja. 

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Las crisis, y los síntomas consecuentes, serán carteles indicativos, señales que se deberán atender para detenerse a revisar lo que está pasando, lo que se siente, qué cambios están experimentando, o qué se necesita modificar para que esa relación se mantenga viva. Si no hay crisis, hay estanque, y lo que se estanca se muere.   

¿Se puede perdonar un engaño? Sí, si se quiere, se puede; pero lo que no se puede, aunque se quiera, es olvidar. En la memoria de ese vínculo quedará esa cicatriz.

La infidelidad es una acción que, descubierta, lastima y hace de la persona engañada un ser sufriente. Es una de las formas de la violencia. Ninguno de los dos volverá a ser el mismo. Luego del engaño, y más allá del perdón, la pareja cursará un duelo, tendrá que dejar atrás el formato anterior  encontrar un modo de vínculo que les permita seguir viviendo desde el amor, más allá de lo padecido. 

* Psicólogo (UBA) y Escritor 

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Fuente: Perfil

Redacción