Entre la ausencia total de empatía y un hijo como ‘objeto indeseado’

Causa escalofríos la mera posibilidad de imaginar la realidad diaria de un niño de tan solo 5 años, sometido a abusos de todo tipo, violencia verbal y física persistente, amenazas, miedo constante, frío, hambre, dolor en el cuerpo y en la psiquis.

Lucio fue un niño muy querido por su familia paterna. Los escasos registros que se han hecho públicos muestran la vida cotidiana de un niño en una relación afectuosa y normal con sus abuelos.

Pero Lucio, también, fue un objeto para su madre biológica y para su pareja. Un obstáculo del que se deshicieron oportunamente, en un proceso lento y doloroso con un final no menos brutal que la atrocidad diaria a la que lo sometían.

Inicialmente agrediendo su psiquisimo, abandonándolo sin el mínimo gesto de apego para privilegiar los intereses personales de ambas, después privándolo del afecto de lo que el niño entendía como su familia y separándolo de sus seres queridos.

Luego violentándolo físicamente de todos los modos posibles, con crueldad, sadismo, brutalidad descontrolada, particular ensañamiento sexual, negándole alimentación, cuidados y atención médica apropiada, en una actitud francamente negligente que genera un espanto instantáneo que se impregna persistentemente en cualquier persona con un psiquismo normal.

Como profesional de la psicología jurídica, me preguntan a diario: ¿por qué?, ¿cómo es posible que una madre cometa hechos tan aberrantes contra su propio hijo biológico?, ¿por qué no lo dieron en adopción si les molestaba?

Como parte de mi práctica profesional, mi trabajo consiste en la evaluación psicológica de víctimas y victimarios. Desde ese lugar intentaré echar luz en la oscura historia que termina abruptamente con una vida que no merecía ese sufrimiento y que no encontró posibilidad de liberarse de sus torturadoras.

¿Por qué lo hicieron? Porque pudieron, porque no encontraron impedimento concreto para hacer lo que hicieron.

Por parte de la familia paterna, todos los intentos por darle a Lucio una vida feliz y una infancia normal se desvanecieron contra la ciega muralla judicial.

De parte de las autoridades, nadie impidió este comportamiento negligente, lesivo, abusivo y reiterado como una constante a lo largo del tiempo.

¿Cómo es posible que una madre cometa hechos tan aberrantes contra su propio hijo? La “función materna” (no importa quien la ejerza, puede ser la madre biológica, adoptiva, el padre, los abuelos, tíos) implica la profunda convicción de que un niño es un ser humano indefenso, vulnerable, necesitado de cuidados y protección especial, por su edad y su particular condición de desvalimiento.

Esta “función materna” no siempre coincide con la maternidad biológica. Lamentablemente para Lucio y para otras tantas víctimas, el sistema legal tiene una deuda enorme con este conjunto social a la hora de poder identificar los casos y reconocer que no siempre la persona más apta para el cuidado del menor es necesariamente la misma que lo gestó.

La mera presunción de que el rol femenino implica en todos los casos inequívocamente una capacidad innata y superior para la maternidad y los roles de cuidado es arcaica y, al menos, irreal. Probablemente basada en tradiciones religiosas y sociales, o mandatos culturales que relacionan sin la mínima evidencia a la maternidad con un rol sagrado y femenino.

Que el sistema legal haya ignorado el abandono inicial de la madre de Lucio, durante dos años –como si fuera una mascota que se deja en una guardería por un viaje– sin mostrar señales de apego saludable, confirmó en los hechos que lamentablemente un niño puede ser tratado como un objeto del que se tiene posesión, uso y tenencia, sin impedimento alguno si el usuario es la madre.

Era ya, a su corta edad, un niño que fue alojado, querido y criado por sus tíos y abuelos paternos, como si fuera un huérfano de madre que se da en adopción a una familia a la que se supone apta para el rol de crianza y cuidado.

Lucio conoció desde muy pequeño el abandono, supo sin intermediarios lo que significa no ser querido por su madre y ser rechazado como un objeto indeseable.

Tuvo la suerte de que su familia paterna le prodigara cuidados, afecto, educación, la posibilidad mínima de construir como sujeto un lugar propio en el vasto desierto emocional que deja el desamor y el desamparo en ese momento fundacional y crítico de la historia vital.

¿Por qué no lo dieron en adopción si les molestaba? Es claro que no fue posible para esta madre entablar un apego normal con este hijo que nació de su vientre. Y también es claro que no tenía disposición para brindarle la mínima dosis de afecto y cuidado.

Darlo en adopción a otra familia, acceder a que continuara viviendo con sus tíos paternos que habían sido “su familia”, o mínimamente permitir que viviera con su padre y sus abuelos, hubiera desarticulado rápidamente el uso comercial del que era víctima el menor.

Es conocido, por declaraciones de su abuelo, que la madre les exigía pagos y transferencias de dinero para acceder a un mínimo contacto por videollamada con su pequeño nieto.

Esto era parte del poder que ella podía ejercer sobre su expareja y padre del niño, sobre los tíos y abuelos. No solo recibía conforme a ley el aporte económico en concepto de alimentos y cualquier otra cosa que necesitara el menor, sino que convirtió lentamente a su hijo en un rehén por el que solicitaba dinero a cambio toda vez que le resultara posible.

El ejercicio del poder irrestricto sobre los demás, incluyendo a Lucio, es el hilo conductor de esta tragedia anunciada: utilizar a los otros como objetos que permiten afianzar el propio lugar de dominio y adicionalmente someter y dañar sin preocuparse por las posibles consecuencias.

Este negocio de poder sobre los demás y el despliegue de ensañamiento, abuso y violencia con un niño en la etapa más vulnerable de su vida no encontró nunca un obstáculo concreto y real para detenerse.

No pudo detenerlas la familia, ni la escuela, ni el sistema sanitario. Actuaron con la tranquilidad y la frialdad que solo tienen los que no tienen que pensar o sentir temor por asumir la responsabilidad por sus actos.

El devenir de los hechos a cada paso le confirmaba a la madre que no había consecuencias reales para ella y su pareja, y que gozaban de impunidad para continuar.

El sistema legal abrió la puerta al horror, dejando a Lucio encerrado en el oscuro y profundo sótano del hambre, el frío, la constante agresión sexual, el miedo, las amenazas, los golpes, el maltrato verbal y emocional que vivió sin lograr ser escuchado nunca.

El tratamiento brutal que se le daba a diario, a las personas normales (sin distinción de edad, género, clase social, nivel educativo) sencillamente nos resulta fuera de todo rango aceptable, incluso si pensáramos en un animal y pudiéramos abstraernos momentáneamente de que se trataba de un niño indefenso y que la agresora fue su madre biológica en asociación con otra mujer.

Claramente, todos nosotros pensamos que ni siquiera un animal puede ser destinatario de ese tipo de violencia, porque tenemos la capacidad de establecer empatía con los demás seres vivos, porque podemos ponernos en el lugar del otro y pensar en el otro como un sujeto que siente y sufre.

Esta presencia de empatía por el sufrimiento de un semejante está bastante alejada de las posibilidades de una madre que ha sido capaz de abandonar a su hijo por razones de viaje y posteriormente recuperarlo como un objeto perdido, como un medio para obtener un fin.

Resonará por siempre en todos los que tuvieron el deber de ver y no vieron, el amordazado pedido de auxilio de Lucio, desde el fondo del sótano al que fue condenado, solo por no haber sido querido por su madre biológica.

No es razonable esperar de las dos acusadas el mínimo gesto o manifestación de culpa o arrepentimiento –aunque fuere artificial o fingido por razones de estrategia procesal– ya que el arrepentimiento constituye un escenario mental que les resulta ajeno y desconocido.

Sin haber tenido la posibilidad de evaluarlas y de realizar una aproximación diagnóstica, puedo concluir, observando los hechos, que una persona capaz de arrepentirse se ve impedida de reiterar una conducta dañosa hacia otro y de sostenerla en el tiempo.

Lucio representa esas tremendas infancias, esas breves vidas chiquititas de sufrimiento y violencia cotidiana atrapadas en el silencio.

Los que quisieron ayudarlo no pudieron. Los que pudieron ayudarlo no quisieron.

*Psicóloga especialista en psicodiagnóstico forense.

Perito de oficio del PJN.

Directora de www.psipro.ar.

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Fuente: Perfil

Redacción